Una vaca se pasea por un soleado prado mientras pasta y espanta moscas con el rabo. Pero en realidad no se encuentra allí: está estabulada junto a docenas de congéneres y probablemente solo las moscas son reales. El feliz mundo recreado por unas gafas de realidad virtual 3D hacen que la producción de leche de la vaca aumente. Podría ser una escena de una peli tipo Matrix, pero es una situación real de una granja en Turquía donde están desarrollando el experimento.
En las películas climático-apocalípticas hay dos constantes frecuentes: drásticos impactos ambientales que amenazan la vida en la Tierra y apuestas tecnológicas transgresivas que aparecen como tabla de salvación de la humanidad.
Mientras que la amenaza ecológica en la pantalla casa mal con los tiempos lentos y a veces imperceptibles con los que avanza la degradación ecosistémica, el incremento de los fenómenos meteorológicos extremos súbitos a los que la realidad climática nos viene acostumbrando con cada vez mayor frecuencia está cambiando este desajuste perceptivo: subidas del nivel del mar y lluvias torrenciales que borran territorios enteros del mapa forzando migraciones -recordemos por ejemplo que las recientes inundaciones de Pakistán dejaron a una tercera parte del país bajo las aguas-, huracanes que convierten las zonas afectadas en una auténtica zona de cero, macro-incendios que siembran el pánico en países enteros dejando a la población huyendo despavorida presa del pánico… la realidad está dejando cada vez menos espacio de innovación a la ficción que, de repente, ya ni es tan novedosa ni plantea situaciones tan inimaginables o futuros tan inciertos.
Pero la ficción va dejando de ser tan original también en el plano de las soluciones: si bien podríamos esperar que en este campo la realidad se encontrara diametralmente alejada de los inventos surrealistas que nos proponen las distopías de la gran pantalla, imperando en su lugar la cordura, un periscopeo por algunas de las soluciones que desde la tecnociencia se plantean para evitar nuestro propio abismo nos muestran un universo de quimeras, algunas lunáticas y marcianas -es literal-, que son capaces de dar insólitos rodeos estelares con tal de no afrontar alternativas de sentido común para avanzar hacia un planeta habitable y justo para nuestra especie: acabar con la desigualdad y dejar de emitir CO2.
Donde una película futurista plantea, por ejemplo, sistemas de gobernanza tecnocráticos hiperdigitalizados, en los que una élite controla de forma ultraeficiente los escasos recursos, en la realidad presente vemos de forma paralela una pulsión creciente por entregar la gobernanza climática al mercado mediante la tecnología blockchain para que aquel administre mediante códigos informáticos políticas y moléculas de CO2 de forma ciega y automatizada, en lo que se ha dado en llamar la criptogobernanza climática.
Otro argumento atractivo de ficción climática podría plantear perfectamente un loco proyecto para alterar la órbita lunar y así cambiar el impacto de la radiación solar sobre la Tierra. Pero no sería original. Algo similar planteó hace relativamente poco un congresista texano, republicano para más señas, en una comparecencia en la cámara legislativa. En realidad, el argumento es bastante viejo: Ya Julio Verne en su novela “Sin arriba ni abajo” (1889) planteaba el lanzamiento de un cohete para alterar el eje de rotación de la Tierra, provocar el derretimiento de los polos, y así acceder al carbón de su subsuelo.
Pensemos, por ejemplo, en uno de los últimos éxitos más taquilleros del cli-fi, “No mires arriba”: un meteorito que está a punto de estamparse contra el planeta Tierra y va a hacer desaparecer todo lo que habita en él, y en el último momento un empresario visionario convence a quienes “están al mando” de que es una oportunidad única para conseguir un montón de minerales y materiales que tan urgentemente necesita la humanidad. En realidad, esta ficción con ideas aparentemente descabelladas y extravagantes para afrontar la crisis climática, bebe de cosas que ya están pasando.
A saber: Ante la escasez de minerales que impone una tozuda realidad a la que no queremos mirar, esta es, los límites físicos de nuestro planeta, empresas y gobiernos no se conforman con aprovechar el deshielo Ártico para acceder a los yacimientos de sus fondos submarinos: la minería espacial plantea usar la tecnología para explotar minerales de miles de asteroides cercanos a la Tierra durante las próximas décadas. Por cierto, el empresario iluminado de la peli tiene un plan B: huir a Marte. Algo nada novedoso que ya están planteado para los próximos 5 años algunos de los dueños de las grandes corporaciones del planeta, enzarzados en una carrera para ver quién tiene el cohete más grande. Un cohete donde, en cualquier caso, nuevamente, solo cabrá una élite.
Ejemplos de propuestas reales que son dignas de guiones de la ciencia ficción, hay muchos. ¿Qué la amenaza es la subida drástica del nivel del mar? La solución es la construcción de enormes vallas costeras que protejan las ciudades de las marejadas ciclónicas. No sabemos si las casas y barrios de las comunidades más vulnerables quedarán dentro o fuera del perímetro, eso sí. ¿Que el problema es la contaminación plástica de los mares? No es necesario implantar sistemas de reutilización de envases, porque ya aparecerá algún joven emprendedor que invente un barco limpia-océanos. No importa si el barco emite CO2 o recoge poca basura, ya se le comprarán créditos de carbono a algún país del Sur Global para compensarlo. ¿Qué la extinción de las abejas y otros insectos están dando al traste con siglos de co-evolución en la polinización de las plantas? No importa, un ejército de drones se encargará de esta tarea. ¡Y ya de paso que planten árboles! ¿Qué el cultivo de alimentos implica la ocupación de mucho suelo, necesario para otros usos? No hay problema: a partir de ahora los alimentos se cultivarán en bandejas apiladas verticalmente en macro instalaciones de lo que se ha dado en llamar la “agricultura vertical”.
Un filón inagotable de propuestas tecnológicas que podrían alumbrar montones de guiones y novelas de cli-fi son aquellas relativas a la geoingeniería, esto es, la modificación intencional del clima a escala planetaria. Se propone talar los bosques boreales para que la nieve al caer forme un manto uniforme que refleje mejor la luz solar y así lograr que la Tierra se caliente menos; se habla de oscurecer la atmósfera con partículas de azufre, imitando el efecto de los volcanes, para disminuir la cantidad de radiación recibida; se plantea sembrar la Tierra de máquinas que chupen el CO2 de la atmósfera, sembrar de bolitas de cristal reflectante los océanos, o llenarlos de barcos que disparan nubes al cielo y lo vuelven blanco, aumentando la reflectividad; y también hay quien propone inundar de espejitos la estratosfera o montar una gran sombrilla espacial que nos proteja de los efectos del Sol.
En resumen, parece que cada vez costará más que los guiones de ciencia ficción sean lo suficientemente imaginativos como para ser novedosos. Además, como apunta acertadamente, Emmanuel Rodríguez, en el plano social también estamos viendo como la crisis ecológica se va a dar claramente en forma de crisis del capitalismo, es decir con un recorte progresivo en el poder adquisitivo de las mayorías sociales y una disminución de la democracia: un consumo menos democratizado, menor acceso a derechos y recursos básicos y menor participación, con cada vez más expulsados del sistema. Nuevamente, este futuro sociológico lo lleva recreando de forma magistral la ciencia ficción: fijémonos por ejemplo en la visionaria novela “El rebaño ciego” (1972) de John Brunner, donde los niveles exorbitados de contaminación, la escasez de alimentos de buena calidad o la disponibilidad de agua impactan de forma diferente a los distintos sectores sociales; las clases acomodadas pueden capear más o menos la situación, mientras las clases más desfavorecidas reciben los impactos de lleno. La profundización extrema de la división social se repite de forma acusada en otras obras como Las Torres del Olvido (Turner, 1990) o Snowpiercer (Rochette, Lob & Legrand, 1982).
¿Qué espacio de innovación le quedará entonces al cli-fi?
Frente a los enfoques apocalípticos y las tecno-soluciones controladas por una élite, caben otras perspectivas más cercanas al hope-punk sobre las que no se ha investigado tanto en el plano narrativo. ¿Por qué no futuros totalmente revolucionarios donde cambian por completo las reglas del juego, donde las comunidades están en el centro de las decisiones, donde la sociedad se dota de mecanismos democráticos y descentralizados no solo para gestionar los recursos sino para controlar el auge de eco-fascismos y élites dominantes? Margaret Atwood defiende que sus obras pertenecen al género de la ficción especulativa en lugar de al cli-fi: es decir, escribe sobre futuros que no existen, pero podrían llegar a existir. Pero, ¿por qué asumir que las cosas tienen que acabar como en El cuento de la Criada? El hope-punk difiere se otros subgéneros en que los personajes al final eligen hacer lo correcto, ofreciendo un horizonte más luminoso. Las obras del subgénero hopepunk tratan sobre personajes que luchan por un cambio positivo, una bondad radical y respuestas comunitarias a los desafíos. Necesitamos más novelas y guiones de cli-fi que se acerquen al hope-punk y que alumbren otros futuros posibles en los que merezca la pena vivir. De lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos atascados en distopías demasiado parecidas a la realidad como para calificarlas de “ficción”.
Samuel Martín-Sosa
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