La conquista de nuevos mundos y el descubrimiento de formas de vida extraterrestres son un motor constante en la ciencia ficción. En el caso de Los Mundos de Aldebarán, la búsqueda de nuevos planetas que provean de un espacio para seguir desarrollando la vida, toda vez que la habitabilidad de la Tierra se ve comprometida por el mal desempeño de nuestra especie, alimenta una explosión de imaginación concretado en una constelación de planetas posibles, con tamaños distintos y proporciones variables de tierra y océano, con ecosistemas diferentes, y diferente flora y fauna que incluyen criaturas tan alucinantes como monstruosas. Su autor, Leo (un historietista brasileño afincado en Francia) atrapa al lector desde la primera viñeta con su trama intrigante. La historia se estructura en cinco ciclos (cada uno compuesto por entre 3 y 6 álbumes), y cada uno corresponde a un planeta diferente: Aldebarán, Betelgeuse, Antares, Regreso a Aldebarán y Neptuno.
En Los Mundos de Aldebarán, la premisa de partida no difiere mucho del mundo actual: un planeta en crisis con un calentamiento global ya desbocado, guerras religiosas, niveles de contaminación sin precedentes, y un impacto humano sobre los complejos mecanismos climáticos -la corriente del Golfo se ha desviado- que limitan las posibilidades de la vida humana en la Tierra. En el cómic estos fenómenos se ambientan en el siglo XXI, y nos muestran un cuadro situado ya no tanto en el terreno de la ficción como en el de una aceleración plausible de los fenómenos actuales en marcha. ¿Y qué opciones hay cuando el lugar donde vives se vuelve inhabitable? Ciertamente, la salida más ensoñadora es buscar un nuevo lugar virgen donde empezar de nuevo desde cero.
El paralelismo con la realidad actual es insoslayable: la degradación ambiental creciente de nuestro planeta ha espoleado los sueños marcianos de varios magnates que anuncian viajes tripulados para prácticamente pasado mañana. A este impulso de abandonar el barco por “necesidad” se une la eterna quimera científica de encontrar otros planetas que alberguen alguna forma de vida, alimentado a partes iguales por la curiosidad innata de nuestra especie, cierta megalomanía expansiva, y un ansia utilitarista occidental por domeñar el medio. En palabras del responsable de uno de los diversos proyectos tecnológicos para explorar la habitabilidad de nuestra especie en Marte, “ahora [Marte] es el paso más lógico en el camino de expansión humana en el sistema solar y más allá”.
Es necesario advertir que la crisis ecológica juega un papel relevante en Los Mundos de Aldebarán solo a la hora de sentar la premisa de partida, esto es, las razones por las que la humanidad se lanza a la búsqueda de nuevos planetas. A partir de entonces, el elemento climático no es en absoluto central en la historia, aunque la recreación en nuevos mundos de naturaleza exuberante con fauna y flora totalmente diferente y variopinta, se abre paso desde el principio y atraviesa como una constante toda la historia, gracias al derroche de imaginación del autor y a su grandísima capacidad para inventar seres y criaturas a lo largo de toda la serie.
La búsqueda de nuevos mundos podría ser utilizada en la ficción no solo como una oportunidad para encontrar mundos que mantienen su pureza y no han sido aún degradados, sino también como una oportunidad para no repetir los mismos errores que llevaron a la destrucción de la Tierra y construir por ende un mundo más justo. Tras colonizar Aldebarán, el primero de los planetas de la serie, los colonos pierden el contacto con la Tierra y, tras unos duros momentos iniciales, logran sobrevivir de forma autárquica y salir adelante. Sin embargo, la sociedad no florece a través de la cooperación. La población se va aglutinando en torno a ciudades en las que rige un severo sistema dictatorial con una tiranía patente en muchos aspectos de la vida cotidiana.
La existencia de un fuerte poder vertical que controla los recursos y la sociedad es un requisito casi imprescindible en las tramas de ciencia ficción para permitir el surgimiento y justificación de un contrapoder, a menudo representando por un superhéroe salvador. Sin embargo, en Los Mundos de Aldebarán el protagonismo es bastante colectivo y orquestado en una suerte de “resistencia” secreta -el grupo Mantriz-, lo que aporta a la historia una mayor riqueza en matices y otorga un papel relevante a la amistad. En relación al ejercicio del poder, llama la atención el hecho de que el autor rescata un papel regulador para la ONU en unos tiempos, los actuales, en los que este espacio de gobernanza es continuamente cuestionado por su falta de eficacia y capacidad real para reconducir los desmanes de la geoestrategia. Aunque en la serie las misiones espaciales salen adelante gracias a las inversiones milmillonarias de grandes corporaciones, es la ONU la que regula la colonización de nuevos planetas.
No desvelaremos las aventuras a las que se enfrenta nuestro grupo protagonista, que tendrá que desentrañar los misterios que oculta una poderosa fuerza natural, la Mantriz, que parece empeñada en evitar que nuestra especie se haga con los mandos de estos nuevos planetas…Feliz lectura!
Samuel Martín-Sosa
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