Las semillas son el origen de la vida. Y en un mundo en descomposición representan la esperanza. La de poder empezar de nuevo, y esta vez hacerlo bien. “Semillas” es una novela gráfica distópica que, aunque contiene elementos de ficción que permiten tomar distancia -unos alienígenas acostumbrados a viajar por distintos planetas han hecho escala en una Tierra en proceso de colapso para recolectar las últimas semillas de la humanidad y hacer negocio con ellas-, también contiene elementos claramente reconocibles e imágenes que no nos resultan del todo ajenas y que nos permiten situar la acción en lo que podría ser un futuro en realidad no muy lejano.
Las máscaras forman parte de la cotidianeidad debido a la contaminación, la gente tiene que cargar sus bártulos y abandonar sus hogares huyendo de las inundaciones, los avisos por contaminación química son habituales, y las abejas están desapareciendo. Y sin abejas no hay semillas ni vida posible. Pero la ficción de la vida continúa porque de este lado del muro aún hay móviles e internet. Y también un floreciente universo de fakenews y periodismo basura dispuesto incluso a conseguir que sean las noticias las que generen la realidad (o la ilusión de la misma) en lugar de a la inversa. Cuanta más carnaza, más dinero. “Semillas” es un canto a la ética, que acaba no obstante imponiéndose incluso en estas condiciones adversas.
Al otro lado del muro una parte de la población ha decidido cortar con este mundo inundado de dependencia tecnológica y control social, y sobrevive como puede entre los escombros de un mundo fallido. La novela es también un canto doloroso a la vida, capaz de perdurar incluso en un mundo en destrucción. Y es un canto al amor, capaz de surgir en un mundo gris y sucio, incluso entre especies, por encima de todas las diferencias y dificultades.
Distintos parches tecnológicos van tapando las vías por donde el planeta hace aguas: recongelamiento del Ártico gracias a escudos solares para evitar el aumento de la temperatura, aspiradores planetarios de dióxido de carbono o un nuevo plan de mini-drones polinizadores para sustituir a las abejas cuando estas ya no estén. Pero las abejas, las hormigas, o los micelios de los hongos… no desaparecen. Siguen conectando y sosteniendo la vida, aunque sus tiempos sean lentos y sus avances imperceptibles a ojos acostumbrados a la inmediatez.
Por último, “Semillas” es también de alguna forma un canto a la comunidad como núcleo esencial de la esperanza en medio de la desolación. Un grupo que ha renegado del tecno-mundo de pantallas que vomitan mentiras, huyendo de la subida de las aguas encuentra un barco varado que pronto flotará. En sus bodegas, miles de abejas han buscado refugio. Su sueño, marchar a la deriva, llegar a tierra firme y allá donde atraquen, plantar semillas, alumbrando de nuevo la vida.
Ante la evidencia de que el planeta se iba a la mierda, no ha faltado el multimillonario que ha abandonado el barco y se ha lanzado al espacio, algo por supuesto retransmitido en directo por ese periodismo del espectáculo. Su rostro es el rostro del miedo. Pasado un tiempo la webcam devuelve la mirada negra y vacía de su calavera. Pero incluso en la cuenca de uno de sus ojos ha brotado, contra todo pronóstico, una semilla.
Samuel Martín-Sosa Rodríguez
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