El sueño de toda persona amante de la ficción, o por lo menos el mío, es creer que la ficción puede, si no cambiar el mundo como tal, al menos ayudar a cambiarlo. ¿Quién no tiene algún referente de ficción (un libro, una película, una obra de teatro…) que le haya hecho ver el mundo de un modo algo distinto? Si ese es tu caso, nos encantaría que nos lo contaras en los comentarios. Yo recuerdo perfectamente el impacto que me causó Frankenstein o El moderno Prometeo, la novela de 1818 de Mary Shelley, cuando lo leí para clase de filosofía en el instituto, hace ya dos décadas. La novela me impactó por cómo aborda esa eterna cuestión de qué nos hace humanos, por cómo recalca la importancia de asumir responsabilidad sobre nuestros actos y sus consecuencias (lección básica para cualquier adolescente), o por su visión (tan occidental) del miedo a la muerte y del dolor por la pérdida de los seres amados (algo que atormentaba a la propia autora, huérfana de madre desde el nacimiento, y quién, mientas componía su obra cumbre, sufría además por la pérdida de su primera hija). Aunque lo que más me marcó de la obra fue la reflexión que hace acerca de la pérdida de la inocencia (de nuevo algo que toca de cerca a los jóvenes). Me impactó sobremanera ver cómo la criatura sufría más cuanto más consciente era y más conocimiento adquiría y cómo, a pesar de todo, seguía persiguiendo el conocimiento de forma incansable. Que la adquisición de conocimiento también tiene un coste es una lección que he tenido muy presente desde entonces.
Frankenstein es, además, un ejemplo particularmente interesante en el contexto de este blog puesto que no sólo se considera que es la primera novela de ciencia ficción, sino que también hay quien percibe la obra, que se empezó a concebir en 1816 (durante “el año sin verano”), como un ejemplo de ficción climática.
Pero ¿puede una obra de ficción afectar no sólo a nuestra forma de ver o entender el mundo, sino también de actuar? ¿Qué opináis? Y, lo que es más, ¿cómo se podría demostrar tal cosa? Un grupo de académicos de distintas disciplinas, tanto de las humanidades como de las ciencias sociales, se ha hecho eco de estas mismas preguntas y ha comenzado un proyecto sobre ecocrítica empírica. Sus investigaciones se centran en distintas ficciones, como la ficción climática, u obras relacionadas con animales alter-humanos, estudiando también teorías afectivas en relación a textos de índole ambiental. En un artículo de opinión, uno de los investigadores de este proyecto académico, Matthew Schneider-Mayerson, reflexiona no sólo acerca de la posibilidad de que la ficción climática (en su caso, centrándose en novelas e historias breves) influya en los lectores (algo que sus estudios parecen demostrar), sino acerca de la posibilidad de que les influya de formas no previstas. A menudo, las obras de ficción climática se presentan como una crítica de los errores que venimos cometiendo las sociedades humanas, causantes de la presente crisis socioambiental y que supuestamente podrían habernos metido en una nueva época geológica que algunos denominan Antropoceno. La ficción climática también puede servir de advertencia: si no cambiamos nuestra forma de actuar, las cosas sólo van a ir a peor. Esta perspectiva crítica puede parecer idónea para concienciar a la sociedad de que un cambio es necesario y urgente. Sin embargo, según Schneider-Mayerson se dan varias circunstancias que contrarrestan en cierto modo esta condición esperanzadora. Por una parte, parece ser que solo aquellos que ya tienen un interés previo en el tema y que ya están algo concienciados en la causa socioambiental (según sus datos esto a menudo se traduce en personas jóvenes de perfil progresista), son los que consumen ese tipo de ficción. En ese caso, como dicen los anglosajones, las obras estarían predicando para el converso (no para el escéptico ni para el negacionista). Además, continua Schneider-Mayerson, si la población carece de información acerca de qué acciones son las que contribuyen de forma efectiva a paliar la crisis socioambiental, el impacto de las obras de ficción climática sobre la conducta puede ser meramente simbólico. Por otra parte, si el mensaje de la obra es particularmente pesimista o negativo puede generar sentimientos de impotencia y frustración, con un efecto paralizante, que en nada contribuiría a cambiar la presente situación de crisis, o peor, puede generar sentimientos de miedo y recelo. En este último caso, uno de los estudios de Schneider-Mayerson parece demostrar que no sólo el mensaje de fondo sino también el estilo narrativo puede influir en la recepción de la obra. Una obra de ficción climática que presente rasgos de géneros que fomenten sentimientos de desconfianza e inseguridad (como puede ser el caso del thriller o de la novela negra) podría reforzar miedos y recelos, alentando actitudes conservadoras y proteccionistas del tipo fomentado por grupos extremistas o ecofascistas. Al final, bien es sabido que la intención con la que se concibe una obra no es necesariamente aquella con la que se interpreta y, de acuerdo con estos estudios, el modo en que se narra una obra puede fomentar interpretaciones no deseadas.
No todo se puede (ni probablemente se deba) cuantificar en la vida, ¿no os parece?, pero tener información acerca del impacto real que las obras de ficción climática pueden tener resulta cuanto menos interesante. Aunque la ficción no sea el único, ni necesariamente el mejor, modo de concienciar sobre algo o de lograr un cambio, el hecho de que cada vez se produzcan y popularicen más obras de ficción climática, tanto en el cine como en la literatura, parece esperanzador dado que puede ser una buena forma de hacer llegar a la gente el mensaje de que un cambio de valores y actitudes es necesario y urgente. También resulta interesante confirmar que la forma en que se transmite un mensaje puede influir, a veces de formas no previstas, en la manera en que se recibe e interpreta dicho mensaje.
Mª Isabel Pérez Ramos, Universidad de Oviedo
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